La era de la sobreinformación

Hace poco menos de 50 años era difícil acceder a cierta información estadística o saber la opinión de cientos, miles o millones de personas; ahora se recibe información a manos llenas, incluso sin necesidad de buscarla. Esto ha conllevado cambios sociales, económicos, culturales y psicológicos. Tenemos la sensación, o la fantasía, de contar con mucha más información que antes, pero esto viene acompañado de algunas complicaciones: qué hacer con tanta información, cómo elegir la más relevante, cómo estar al día, cómo estar seguro de su confiabilidad y, quizás uno de los aspectos más importantes, cómo tomar decisiones basadas en ella.

Se han utilizado diferentes términos que permiten acercarse a la situación contemporánea en relación con la información, tales como sobreinformación, infoxicación, infopolución, information overload, infonomía o big bang de la información. En general, estos se refieren al incremento vertiginoso de información, “la Humanidad, en su totalidad, nunca había dispuesto de un acceso tan rápido a un volumen de datos que aumenta cada segundo” (Caldevilla 2013, pág. 35).

Se reconocen algunos aspectos positivos de esta situación y de las posibilidades contemporáneas gracias a los avances en las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC); por ejemplo, se evidencia una relación más cercana del lector-autor, una mayor horizontalidad e interactividad entre emisores y receptores de mensajes, un crecimiento exponencial del conocimiento y un aumento de la democratización de este. Sin embargo, a su vez se advierten algunas consecuencias desfavorables, como la manipulación premeditada en redes sociales, el incremento del uso de la posverdad, que distorsiona deliberadamente la realidad para modelar la opinión pública, la mercantilización del conocimiento y la disminución de las capacidades individuales (p. ej., cerebro agobiado), grupales e institucionales para seleccionar, absorber y transformar la información que se recibe.

Ante esta situación se sugieren diversas estrategias cuyos elementos comunes son: tener la capacidad y la posibilidad de filtrar la información recibida (filtros previos a la lectura, división del trabajo, metainformación, clasificación y priorización); conocer y aplicar técnicas de procesado masivo y relacional de la información (p. ej., Big Data, minería de datos, analítica de la información, uso de inteligencia artificial) y contar con mecanismos de borrado1.

Esta compleja situación se vive diariamente en las universidades, se recibe información sobre tendencias y recomendaciones mundiales; existe información de la institución, que se compila para contestar a demandas internas y externas de datos que permitan medir calidad o efectividad, o responder a organismos de control; se establecen requerimientos desde las diferentes unidades y procesos, y órganos directivos que necesitan tomar buenas decisiones y contar con la información que los apoye; se cuenta con estadísticas e información nacional sobre el sector educativo, así como sobre la situación del país, entre otros. Esto significa montañas de datos que pueden perder sentido o no servir como referente a la toma de decisiones acertadas si no se realiza una adecuada gestión de la información.

Referencias

Caldevilla, D. 2013. “Efectos actuales de la ’sobreinformación’ y la ’infoxicación’ a través de la experiencia de las bitácoras y del proyecto I+D Avanza ’Radiofriends’.” Revista de Comunicación de la SEECI, 30, 34–56.


  1. Ver La sobreinformación en la era internet, del Equipo Enliza (2014), en http://www.enliza.es/SECCIONES_2/2_SOBREINFORMACION/sobreinformacion.php