Guía Metodológica Implementación Evaluaciones de Impacto - UNAL

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Universidad Nacional de Colombia

Oficina Nacional de Estadística

Dirección Nacional de Planeación y Estadística

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Fecha Última Actualización

2025-07-30

Preámbulo

Para contextualizar adecuadamente el concepto de evaluación de impacto, es útil abordarlo primero desde una perspectiva etimológica. La palabra “evaluación” proviene del latín ex (fuera) y valere (valer), lo que sugiere la idea de extraer el valor de algo. Así, la acción de determinar el valor se convierte en un proceso clave no solo para ajustar estrategias y mejorar el desempeño, sino también para tomar decisiones informadas que promuevan el progreso y la eficiencia en diversos ámbitos: educativo, administrativo, empresarial, personal, financiero, entre otros.

Esta capacidad de valorar, medir o determinar la calidad de algo en función de ciertos criterios no es solo una habilidad técnica, sino una facultad intrínseca al ser humano, que se manifiesta en nuestra constante necesidad de juzgar, interpretar y asignar significado a las experiencias, situaciones y personas que nos rodean. Esta facultad valorativa es esencial para el desarrollo humano, pues permite tomar decisiones y orientar nuestras acciones dentro de un marco de referencia compartido.

Todavía más, desde un enfoque lingüístico, autores como Ferdinand de Saussure, en su teoría estructuralista, afirman que el lenguaje está compuesto por signos cuyo valor es relativo y construido socialmente. En otras palabras, el significado de un signo (como una palabra) no es absoluto, sino que depende de su relación con otros signos, lo que implica que las palabras están cargadas de connotaciones culturales y valorativas. De manera similar, el semiótico Charles Sanders Peirce sostiene que el lenguaje no solo representa la realidad, sino que también la interpreta y evalúa. Así, las palabras y expresiones no se limitan a ser meras descripciones, sino que también implican juicios de valor, como ocurre con las connotaciones que las acompañan.

De esta forma, tanto en el plano lingüístico como en el más amplio proceso de evaluación, el acto de valorar se configura como un elemento esencial que guía la comprensión, la interpretación y la toma de decisiones en todos los aspectos de nuestra vida y sociedad. La evaluación, dada su importancia en procesos de desarrollo personal y en situaciones de interacción social y desarrollo comunitario, ha evolucionado y se ha especializado. Hoy en día, es un proceso que ha alcanzado una alta tecnificación, con sistemas muy definidos, que incluyen procedimientos, propósitos y enfoques específicos. Así, existen diferentes tipos de evaluación, como la cualitativa y cuantitativa, la sumativa y formativa, la de diagnóstico, la autoevaluación, la evaluación interna y la evaluación externa, entre otras. Cada una tiene sus propias reglas y herramientas, y su pertinencia depende de los momentos y objetivos a evaluar.

En este contexto, la evaluación de impacto se presenta como un tipo de evaluación particularmente detallado y estructurado. Se caracteriza por un proceso sistemático cuyo objetivo es medir, analizar y comprender los resultados y efectos de una intervención, programa, proyecto o política específica. Su enfoque es principalmente —cuando no, exclusivamente— cuantitativo, ya que busca obtener datos exactos y con pretensión objetiva, que permitan determinar con claridad si los objetivos previamente establecidos se alcanzaron y los efectos relacionados a ellos. Este tipo de evaluación se distingue por la recopilación de información numérica y el uso de métodos estadísticos para analizar los efectos de la intervención, lo que permite obtener conclusiones de carácter verificable y comparable.

No obstante, fuera de esta perspectiva técnica y ampliamente aceptada en el ámbito de la gestión, el concepto de “evaluación de impacto” también puede entenderse de manera más amplia. Por ejemplo, una evaluación centrada en caracterizar, describir o relatar las consecuencias de una acción o intervención, sin que tal evaluación aspire necesariamente a objetividad o a una concepción compleja de causalidad. Es decir, una evaluación relacionada con el impacto, pero cuyo objetivo responda a fenómenos sociales, culturales y humanos, que no pueden ser reducidos a magnitudes cuantificables y objetivas. Tales evaluaciones son, pues, las evaluaciones cualitativas, que no buscan exactitud en términos numéricos, sino que capturan la complejidad, diversidad y subjetividad de las experiencias humanas. Es importante anotar que estas evaluaciones no son menos rigurosas por no centrarse en la representación precisa y cuantificable de fenómenos, sino que su rigor radica en la capacidad de interpretar y comprender las experiencias y contextos de los participantes de una intervención.

Así, las evaluaciones con pretensión de objetividad pueden ser útiles para evaluar ciertos indicadores cuantificables (impacto numérico, participación, eficacia en la implementación). Estas evaluaciones tienden a ser exactas en términos de medición y análisis de datos objetivos. Sin embargo, cuando se trata de evaluar los procesos de cambio que involucran las experiencias, percepciones, contextos y valores de los participantes, se requiere un enfoque diferente, que se podría denominar siguiendo a Heidegger (1958), como “inexacto”, pero igualmente riguroso.

Pues bien, a lo largo de esta guía se detalla la primera concepción de evaluación de impacto, aquella que se refiere a un tipo de evaluación claramente definido, con características y reglas específicas. Como complemento, y en consideración de la segunda concepción, más amplia y menos estricta, también se mencionan brevemente algunas estrategias de evaluación cualitativa que, en ocasiones, se emplean para describir o relatar las consecuencias de una intervención, como ya se dijo, sin pretensiones objetivas o concepciones complejas de causalidad.


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